A la Isla del Náufrago está a punto de arribar su undécimo habitante. Cayo es mortal, así se llama la criatura, anda ya entre las máquinas de la imprenta, y cualquier día —más pronto que tarde— os anunciaremos su llegada.
Este relato no es ficción, no se trata de un ensayo o de una recopilación de artículos, os acercamos, queridos lectores, el testimonio de una experiencia personal cuya lectura conmueve hasta lo más íntimo de las entrañas, huyendo de lo sensiblero o cursi. Acaso podríamos situar su tono próximo a la serenidad del intenso dolor que rezuman los famosos versos de Jorge Manrique.
Este relato no es ficción, no se trata de un ensayo o de una recopilación de artículos, os acercamos, queridos lectores, el testimonio de una experiencia personal cuya lectura conmueve hasta lo más íntimo de las entrañas, huyendo de lo sensiblero o cursi. Acaso podríamos situar su tono próximo a la serenidad del intenso dolor que rezuman los famosos versos de Jorge Manrique.
El autor de Cayo es mortal acerca al lector y lo lleva de la mano por los mismos bordes del risco de un precipicio hondísimo del que quisiéramos huir, aunque sepamos a ciencia cierta que en él acabaremos todos, sin excepción.
Valiente obra en estos tiempos que corren, en que hablar de la muerte, cuando llega inexorable, es uno de los tabúes más extendidos.
Os adelantamos el texto de la contraportada
Os adelantamos el texto de la contraportada
Tatán Saiz Lobo, agente forestal lleno de vida y de proyectos, comienza a sentir dolores en el pecho y en una cadera al regreso de un viaje a Bolivia. Después de un rosario de pruebas en el hospital de Cruces, el diagnóstico es contundente: cáncer de pulmón con metástasis ósea. Su padre, Juan Andrés Saiz Garrido, enfermero de urgencias, sabe que el pronóstico es fatal.Durante una sesión en el hospital de Segovia, el padre se topa con la frase central de la novela de Tolstoi, «La muerte de Iván Ilich»: “Todos los hombres son mortales; Cayo es un hombre, luego Cayo es mortal”. Reacciona con ira: “Todos sí, pero mi hijo no; Tatán no es Cayo ni Iván Ilich, es un templo de bondad y belleza, con toda una vida por delante”. Asumir esa muerte imparable que llega será una de las tareas durante la corta enfermedad.Tras el desenlace, tan angustiosa es la ausencia, que Juan Andrés se agarra al recurso que más le alivia, la escritura, y rememora la vida con su hijo. Fruto de esa catarsis, surge un texto cargado de amor y dolor, de honda reflexión y ternura, de mociones y sonrisas compartidas… Incluso de esperanza en el deseo de mantener viva, en la memoria de cuantos lean este libro, la imagen de Tatán.
Muchos conocemos en Segovia a Juan Andrés Saiz Garrido autor de este relato y, por tanto, somos perfectos conocedores de que su pasión por las letras de otros y por dar las suyas a cuantos quieran gustarlas no es una novedad. Sin embargo, a quienes no lo conozcáis, podríamos deciros que nació en el pueblo segoviano de El Espinar en 1951, que es escritor, y sanitario del Servicio de Urgencias y periodista. Podríamos añadir —en lo relativo al mundo periodístico— que entre 1974 y 1982 fue redactor de El Indiscreto Semanal, Diario de Castilla y Tierra. También que desde hace cuarenta años colabora con artículos de opinión en El Adelantado de Segovia y, más recientemente, en el periódico El Espinar. Quizá podríamos añadir, —en cuanto a libros— que entre su obra publicada destacan Los gabarreros de El Espinar (Diputación de Segovia, 1996). Guía del municipio de El Espinar (Ayuntamiento de El Espinar, 1998), Un alto en el camino (2000), Crónicas del sentimiento (2006) y El Espinar (Editorial Mediterránea, 2007). Incluso podríamos concluir este leve apunte biográfico, añadiendo que desde 2003 dirige y edita la revista profesional Transporte...
Y sin embargo callaríamos lo que en verdad más importa, porque, sobre todo, en este libro es el padre de Tatán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario