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lunes, 25 de marzo de 2013

ABC: ARTES&LETRAS

ABC

ARTES&LETRAS

Castilla y León

Dramas humanos, sentimientos imposibles

25/03/2013  

Abella novela la relación epistolar entre la joven Edelgard Lambrecht y el poeta José Fernández Arroyo, donde se refleja la dolorosa postguerra del pueblo alemán 

 

No es arriesgado pensar que en la calidad de una obra como La sonrisa robada influyen factores diversos, como la amplia carrera literaria de José Antonio Abella, su autor, y la complementación de otras actividades como la escultura y la Medicina. A todo ello hay que añadir un punto de fortuna: la conexión humana que el poeta segoviano Javier Moreno facilita al autor para conocer a José Fernández-Arroyo y a su esposa Lolita Juan Merino. No acaban aquí las coincidencias, es necesario también conocer su obra. Perteneciente al grupo de los poetas del Postismo, José Fernández-Arroyo mantuvo una intensa actividad artística, tanto en lo literario como en lo pictórico y en la escultura del hierro. En literatura cultiva diversos géneros: poesía, prosa, trabajos científicos y diarios, recogidos en Edelgard, diario de un sueño, 1948-1953 (1991) y continuados en No es un sueño (2007. Los diarios incluyen la correspondencia epistolar del poeta con la joven alemana Edelgard Lambrecht entre enero de 1949 y diciembre de 1953. Fernández-Arroyo es quien anima al escritor, que ha leído esos diarios, a escribir esta novela. A la sugerencia del poeta («-Se debería escribir una novela con esta historia») y la contestación del novelista («-Ya está escrita -le respondo»), Fernández Arroyo le anima: «-Tú deberías escribirla».
El conocimiento de esa experiencia epistolar es la semilla de la obra. Con la lectura de los diarios, el autor se siente atraído de forma inexplicable, especialmente por la enigmática personalidad de la chica alemana: «¿Pero qué había, qué hay en aquellas cartas para que el hechizo se prolongue más allá de su tiempo y de su destinatario?» (p. 24).

Avatares personales

Esta serie de felices coincidencias explican en buena medida la génesis y los atractivos de la obra, de extensión poco frecuente en la narrativa española actual. La sonrisa robada incluye dos elementos esenciales: la vida (materializada en situaciones diversas y momentos dramáticos) y la creación, con múltiples registros narrativos. Junto a la vida plena de sentimientos reflejados en los tres diarios (las cartas de Edelgard, las del poeta, sus diarios y el de su esposa, «Los cuadernos de Lolita») el proceso narrativo ofrece un gran interés. Incluso el novelista, en la crónica literaria del avance de sus descubrimientos, escribe su propio cuaderno de bitácora.
La impresión humana vivida por el autor, obsesionado por averiguar la vida de Eldegard, muerta en 1970, le obliga a indagar sobre ello y sobre el destino de su familia, denunciando los efectos terribles de la Segunda Guerra Mundial, después de la caída del Nazismo. Hay en ello una clara actitud de reivindicación de los muertos, o de los débiles: «En esa oculta tragedia -ha escrito el autor- los quince millones de alemanes expulsados de sus hogares en Prusia, Pomerania, Silesia o los Sudetes (de los que dos millones murieron durante la deportación) merecen más que una pequeña mención en los libros de Historia».
Para llevar a cabo esa investigación viaja a Alemania, lo que hace de la experiencia un apasionante libro de viajes espiritual, con los protagonistas de la obra rescatados a través de sus diarios y las tribulaciones creativas actuales del novelista. De ahí el juego constante en el manejo del tiempo: en pasado, a través de los diarios, y en presente, con la presencia del autor y su relación con Fernández- Arroyo y su esposa. Ella, de gran condición intelectual y humana, confiesa la extraña relación para con el marido, especialmente antes de comprometerse formalmente. No es extraño que después confesara irónicamente: «Me casé con un viudo», aunque recordara con afecto a Edelgard, conservando en casa algún recuerdo suyo.
La variedad de registros narrativos es abundante y compleja. El lector avanza sin aliento por estas páginas descubriendo paulatinamente la visión adolescente y espontánea de la chica alemana y la de la formación médica de Fernández-Arroyo. Pero el lector asiste además al proceso creativo, verdadera obsesión para el autor, casi derrotado en muchos momentos por el esfuerzo. Se repiten los viajes a Alemania, el éxito en las gestiones, el hallazgo de la tumba de Edelgard y el recuerdo de Fernandez-Arroyo, como se observa en el regalo que para él traerá de Alemania: «Corto con el mayor cuidado dos de esas pequeñas ramas. Una es para José. Cuando regrese a España le hablaré de este árbol grande y sano. Le diré que duerme a la sombra de ese árbol, en el bosque más hermoso» (p. 235). La novela avanza paralela al retroceso vital de Fernández-Arroyo, desesperanzado ya: «José me había confesado que lo único que le ataba a la vida eran Lolita y el deseo de leer estas páginas que ahora concluyen» (p. 580).
El final es la confluencia de todos los elementos humanos que el novelista ha manejado con excelente pulso literario y multitud de recursos expresivos. Todo desemboca en la desgarrada petición que Edelgard y José, separados por el espacio y el tiempo, hacen en momentos decisivos de su vida: «-Tengo frío (…) abrid la ventana para que pueda entrar el sol». Es el final simbólico de una larga experiencia humana que José Antonio Abella ha universalizado con inusitada maestría.

 

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