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miércoles, 25 de agosto de 2010

De náufragos e islas

De náufragos e islas
Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró 
Dos niñas con vocación de periodistas fueron un día hace años preguntando a distintas personas del pueblo:

-¿Qué se llevaría usted a una isla desierta?

-Una maleta llena de libros -respondió Julita Portal en su quiosco de prensa.

Respuesta tan hermosa como poco práctica. Aunque también es verdad que de poco serviría llevarse unas provisiones que en cualquier caso acabarían por agotarse, si después en la isla no se encontraran otros medios de subsistencia. Y morir de inanición leyendo siempre será más agradable o menos penoso que morir de inanición sin leer.


El náufrago anhela avistar tierra y poder arribar a ella. Pero se da la paradoja de que, cuando se halla en la que suele ser una isla -así al menos ocurre en la literatura y en el cine-, su máxima aspiración, a la que dedica ingenio y esfuerzos, es escapar de allí. Y se lanza al inmenso océano. ¿Con la esperanza de retornar a su vida anterior, de la que quizá abominara, sin que ello le disuada de su actual propósito?

El náufrago en la isla ha logrado sobrevivir. Cuenta con recursos para alimentarse y para protegerse de las inclemencias del tiempo. Pero su mirada inquieta se dirige una y otra vez a ese horizonte ilimitado del océano que le rodea.

¿Añora tal vez la compañía humana, alguien con quien hablar? Robinson Crusoe, el náufrago más famoso de la literatura, descubrió en Viernes a un compañero y amigo, no sin antes haberle considerado su esclavo y tratado como tal.

En una película que en España se tituló "Infierno en el Pacífico", dirigida por John Boorman, un soldado estadounidense, interpretado por Lee Marvin, y un oficial japonés, encarnado por Toshiro Mifune, se enfrentan aislados en una isla desierta durante la Segunda Guerra Mundial. El afán de escapar de ese aislamiento les lleva a deponer su mutua hostilidad y a unir fuerzas para construir una balsa con la que hacerse a la mar en busca de tierras habitadas o menos inhóspitas. Llegan por fin a otra isla, en la que aún quedan huellas de presencia militar en instalaciones abandonadas, y la contemplación en una revista de crueles imágenes bélicas hace renacer en el japonés el odio hacia su enemigo norteamericano.

El ser humano comienza siendo un náufrago en el líquido amniótico del seno materno. En la exitosa novela de Marc Levy "El primer día", un monje chino declara a los protagonistas que los primeros instantes de una existencia humana no son diferentes al comienzo del universo y que en ese estadio primigenio todos hemos conocido el misterio del origen de la vida, luego olvidado.

¿No deseamos en lo más profundo de nuestro ser volver a ese primer entorno líquido, al agua en la que nace la vida, como el náufrago siente en el fondo la llamada del mar, no de otras tierras?

Isla y náufrago son términos que se atraen mutuamente. Isla del Náufrago es el feliz nombre de una editorial fundada por José Antonio Abella, burgalés afincado en Segovia, médico, escritor y escultor de brillante trayectoria en los tres campos. Acabo de leer su fantástica colección de cuentos "Unas pocas palabras verdaderas y otros falsos relatos", que me han inquietado y encantado, como hace un par de meses me engatusó "Una tierra mansa", volumen de narraciones de Ignacio Sanz publicado en la misma editorial.

¡Cómo me gustaría emular e incluso plagiar, como hacen algunos de los personajes de las historias de Abella, a estos dos creadores de palabras con sentido y artífices de mundos cargados de sorpresas!

Provisto de ambos libros, sin necesidad de una maleta entera, este superviviente de tantos naufragios que es un servidor puede retirarse a la isla desierta de su monólogo interior para entablar un diálogo fecundo con dos grandes narradores.

Publicado en El Adelantado de Segovia, 25-8-2010

1 comentario:

Amando Carabias dijo...

Sigo en la lectura lenta de la colección de cuentos. Luego me espera el libro de Ignacio.
Espero haberlos leído antes de que publiquéis el próximo...

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